Así como cada día parece igual, y en apariencia es similar a los demás, rodar y rodar siempre es una nueva experiencia. No importa cuántas veces uno haya rodado a la Torre 3, la también conocida como Torre de San Miguel, cada ocasión se diferencia, celosamente, de las otras. El trazo es el mismo, en general, pero una curva podrá aparecer con otro peralte, una roca se habrá movido, el cielo podrá estar azul como turquesa, o gris como panza de burro, o con jirones de nube danzando en las alturas… la tierra podrá estar “suave”, o las brechas cubiertas de temblorinas piedras que nos harán trastabillar cuando pretendemos cruzar por sus terrenos. Y más aún, sumando variables, basta con vernos a nosotros mismos, que no somos los mismos en el transcurso de un mismo día, nos podemos sentir frescos cual lechuga, o cansados, o quizás crudos o tan sólo desvelados.
Esta fue la ruta:
En esta ocasión tuve la oportunidad de fungir como padrino del Luis Rivas, rodamos a buen ritmo, gozando de
bajada hasta la puerta verde, con esa sensación de estar disfrutando por adelantado lo que nos tocaría pagar al regreso, jeje. Todo fue bien, y la llegada a la Torre 3 fue el regalo esperado, la meta lograda, el olvido del cansancio y los músculos agarrotados. Ahí arriba, teniendo la dicha de una vista de que sería? 150 kms a la redonda? Viendo desde el cerro de Tequila al oeste, al Nevado al sur, el cerro de Planillas (con su Torre 1) al este y entre las colinas, alcanzando a ver los Valles de Tesistán y Nestipac al norte, que mejor manera de gozar la vida, de disfrutar lo logrado con esfuerzo, con nuestro propio esfuerzo que estar ahí, compartiendo anécdotas con César, el guardia forestal en turno ese domingo en la torre, recobrando energía para regresar y continuar con nuestro día…
Aquí unas tomas con el tono nostálgico del sepia…
…así fue una rodada más!