Vasto paisaje de mi tierra, entre valles y cañadas que se esconden a la vista de los comunes. Reservadas a aquellos que en un preciso día se aventuran un poco más allá. Vistas que uno guarda muy cerca del corazón, por la belleza y por el costo del esfuerzo que nos tomó llegar a esos rincones de mi tierra.
Me quiero llenar los ojos con la majestuosa vista que tengo ante mí, y a mi derecha, allá arriba, en donde veo peñascos del tamaño de un edificio, y a mi izquierda, flanqueando la carretera por la que voy subiendo, paredes excavadas en la montaña y que descubren la edad de esta, mi tierra.
Voy subiendo, rodando a paso continuo, sin detener el ritmo, simplemente jugando con las relaciones de las velocidades de mi alumínica, maravillándome de cada recodo en el camino, de cada ave que cruza por delante, cada saludo devuelto por mis paisanos, por estas gentes que nunca antes había visto y que me regalan unos segundos de su día solamente para dar ese “buenos días” a este loco que tomo un domingo para rodar por sus tierras, que es mi tierra también, jeje.
Ro