Los caminos ocultan verdades, las veredas cubren los rastros de tantas huellas que han pasado por ahí. Uno va rodando y va queriendo ver lo que otros tantos ya han descubierto. Vamos disfrutando un sendero, percibiendo lo sencillo que es pasar, muchas veces buscando no dejar huella y a la vez esperando que nuestro rodar sea una gota más en la trascendencia del momento.
Vamos adelante, con el corazón a todo lo que da, por la subida que nosotros mismos buscamos ese día, sin jactancia y sin arrepentiemiento, simplemente porque es lo que estábamos explorando esa mañana. Recordando lo vivido durante los últimos días, que quizás son a su vez lo que hemos estado recorriendo hace años, idas y venidas, subidas y bajadas, logros, triunfos, derrotas. Todo mezclado en un simple pedaleo, quién lo diría?
Vamos alcanzando el puerto, el punto de control, la bifurcación, el discernimiento entre varias opciones que se nos presentan. Al final, creo que no importa cuál habremos de tomar, porque simplemente en cualquiera de las rutas hay algo nuevo, hay algo viejo y hay algo eterno, algo que nos acompañará. Y quién sabe, algo que nos acompañe y que al final será algo que nosotros mismos dejemos en el camino, en esa ruta.
Avanzamos y seguimos el camino, esperando gozarlo al máximo, esperando encontrar alguna sorpresa que le de un sabor especial a la salida. Aunque si bien, si ponemos atención, el camino mismo es en sí una experiencia llena de asombros. En un momento dado podemos escuchar el caer de una hoja, el crujir de una rama, el latir de nuestro propio corazón, la voz del compañero o compañera que comparte el sendero con nosotros por un momento, por un minuto por unas horas…
Cuando uno va ahí, en la brecha, en el camino, desentendiéndose del trepidante mundo que nos rodea y nos invade a cada momento, podemos llegar a descubrir la magnificiencia de nuestro propio ser, haciéndonos uno con el momento, con el pedazo de tierra que nos toca cruzar en ese preciso instante, cuando no tenemos que preocuparnos más que por mantener el balance, escuchar a nuestro alrededor y llenar nuestra vista con lo que se nos otorga “de a gratis” ahí, durante un santiamén.
Momentos que como ahora se convierten en eternidades y que están a la espera de que a través de estos parrafos perduren y se queden como cometas en el viento, sostenidos por tu lectura, como los meteoros, que de tiempo en tiempo regresan para recordarnos que somos afortunados, simplemente por tener la oportunidad de descubrir en algo tan sencillo como un sendero la eternidad de la vida. Y a la vez tomar conciencia del valor de lo que tenemos hoy, quizás sin merecerlo pero con toda la oportunidad de marcar un hito y convertirnos en defensores, en luchadores de nuestra propia libertad por merecer lo que ha diario se nos da.
Ro