Me da mucho gusto pasar por algún pueblo de mi tierra y ver así las bicicletas. No por lo sorprendente que pudiera ser ver una bicicleta recargada en alguna pared y apoyada firmemente en un escalón o en la banqueta, sin candado o cadena, sino por ver la bicicleta integrada en la jornada diaria siendo un elemento “natural” en el andar del pueblo.
Lo veo como un hecho tan natural como el saber que la mayoría se conoce y hay confianza, por el simple hecho de compartir la vida. Por saberse miembros del mismo “pueblo” y dar por sentado el respeto que se tienen uno al otro y sus pertenencias.
Se ve tan natural a cada ciclista, sea montando su bici, viendo pasar al turista (o más bien a “las” turistas), o simplemente platicando con el de los raspados y pidiendo el suyo propio para aliviar el húmedo calor veraniego de septiembre.
Está bien, se que nuestras ciudades actuales no son tan “amables” con las propiedades y es necesario cargar con el candado (que al final, minimizan el riesgo, pero no lo anulan), eso no lo vamos a cambiar, lo que sí se puede ir cambiando es ir integrando a nuestras bicis, las de marca, las de cancel, las “turismo”, las del jornal, las “ultra” y las de carrilla, a nuestras andanzas diarias, a nuestro vaivén diario, yendo al trabajo, al gimnasio, a las tortillas y quién sabe, hasta el mandado…
Hasta la que venga…