Amanece a la vera del camino

Amanecer, la promesa y el cansancio. Abres los ojos de nuevo a la vida, a veces con un brinco, a veces pausadamente.

La noche se ha despedido y nos toca de nuevo intentar llegar a donde nos lo hemos propuesto.

Luces que llegan, se cuelan por cualquier rendija  llenan de vida cada rincón. Es la hora del baile de las sombras, el concierto de las aves ha iniciado a escucharse por los valles aquí abajo, y en las ramas allá arriba. La brisa parece brotar de la tierra misma al llamado de la luz y va cubriendo, rocas, hierba, ramas, troncos. 

 

Troncos, los hay majestuosos, rectos y firmes como con prisa de tocar el cielo. Otros los hay más curvilíneos, como si gustaran de divertirse con las idas y venidas entre los años, persiguiendo quien sabe qué. Quizás simplemente siendo arquitectos de campos de juego para las ardillas, los pájaros y otros animalillos que se la pasan brincando de árbol en árbol. Hay otros troncos, que aunque ya no son esos bellos árboles, siguen ahí, a la vera del camino, formando jardines, esculturas silenciosas que aún dejan ver la majestad de tiempos pasados.

Y por ahí, voy pasando hoy, montado en mi rila, que me pide un descanso y me dice, aquí, déjame rendir homenaje a uno de los que años atrás marco el rumbo a los árboles de hoy… y aquí estamos, mi bici y yo.

Ro

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