Indescriptible es encontrarse nuevamente con esos rincones que esperan pacientemente para ser descubiertos por estos grupos de aventureros que se llaman a sí mismos ciclistas de montaña. Y luego de ser encontrados, agradecen que pasemos, admiremos y luego, dejemos ese rincón ahí, con la imperceptible huella de nuestro paso, para que pueda seguir siendo descubierto por otros que vengan después de nosotros, y quien sabe, tal vez nosotros mismos, en otro tiempo, en otro espacio.
Fuimos afortunados, o lo somos todavía por haber tenido la oportunidad de compartir esas cuarenta y ocho horas en este grupo. Caras nuevas, caras conocidas, las de siempre para otros. Cerca de cuarenta almas al final, ansiosas y hambrientas de pasar buenos momentos, de pagar con gusto la cuota que la montaña nos deparaba en esta ocasión.
El buen Kaiser, el Drakster, el Charly, entre otros, se dieron a la tarea de guiarnos por estos bosques, estos sembradíos, estos arroyos y senderos, y me regalaron una de las mejores rodadas que he tenido. Pero no es sólo la ruta, la rodada, es también que uno ponga de su parte, estar preparado. Recuerdo que hace un par de años fue difícil para mí recorrer la ruta. Ahora nos dimos a la tarea de llegar mejor preparados. Estos parajes son celosos de su belleza, se saben majestuosos y no dan sus mieles a cualquiera. Hay que ser esforzados, hay que saberse capaces y no mostrarse débiles pero tampoco orgullosos ante la fastuosa naturaleza que nos envuelve y nos tiene a su merced durante esas casi ocho horas que puede tomarnos cruzar sus brechas y “singles” entre Mascota y San Sebastián, en el corazón de la Sierra Madre Occidental de Jalisco.
Y luego de los avatares del recorrido, de limpiarnos la “baba” al vernos sorprendidos por vistas de ensueño, por parajes cubiertos de follaje, de cañaverales y maizales, o secarnos el sudor después de una trepada en bicicleta que nos arranca hasta el más leve suspiro, luego de ser “impulsados” por los “solo faltan 600 metros” que el Charly repitió como 3 veces antes de llegar al último puerto de montaña. Uhm… cómo fue eso, que luego de subir y subir, de sortear varias curvas, aún faltaban 600 metros? En fin, por eso me dio aún más alegría cuando vi desde lo alto el pueblo de San Sebastián del Oeste. Me fui dando cuenta –y valorando mi propio esfuerzo- de lo que habíamos trepado en bicicleta, cuando iniciamos una bajada que parecía no terminar, hasta que fuimos llegando a las pequeñas calles empedradas de esta población que parece detenida en el tiempo y conservando ese silencio melancólico que simplemente invita a descansar, reflexionar y valorar la belleza de lo sencillo y lo simple que puede ser la vida.
Recuerdo con gusto cada pasaje de este capítulo, aún el ataque de los mosquitos que hasta el día de hoy veo en mis piernas, los porto con orgullo porque tomo en cuenta el esfuerzo que hice en esos estrechos caminos, bajo el sol, en algunos momentos, mientras en otros era la sombra de árboles centenarios las que nos escoltaban. Esa tarde disfrutamos de un descanso algo acotado, porque el camión con nuestro equipaje no pudo cruzar el camino de entrada al pueblo y tuvimos que esperar algunas horas aún en nuestro propio jugo y con el cansancio de la rodada impregnado en la propia tierra y sudor que nos cubría todo el cuerpo, algo que una helada cerveza aliviaba en parte, jeje. En retrospectiva, valió la pena, todo el cansancio y la espera de las maletas, ya que atizamos ese imprevisto con platicas y conversaciones con los amigos, rememorando la ruta y, en ocasiones yendo aún más atrás, a nuestras propias vidas y experiencias, esas historias que llenan al ciclismo y a los ciclistas. Así, cuando llegó el momento de un regaderazo, de salir a la plaza, de ir a la cenaduría y de tomarse un exquisito alcohol, lo disfruté, sabiendo que realmente lo merecía… y al final de la noche, cuando ya tocaba acostarse, con el tímido resplandor de las estrellas, vi la montaña por la que habíamos bajado unas horas antes, y brindé en silencio por ella, me concedió su paso, y con humildad puedo decir que estamos en paz.
Aquí algunas tomas de ese día:
Apenas quiere clarear por el este, y aquí en San Sebastián del Oeste, los gallos ya llevan rato cantando. Y se empiezan a escuchar los electrónicos despertadores en los cuartos del Hotel del Puente… falta por ahí el “Arriba Peeerrroooossss”, pero sabemos que aquí esta. Algunos ya estamos a punto de estar listos, y otros inician la jornada dando una rápida limpiada y lubricada a su montura de aluminio, o carbono, o lo que sea, aquí todos vamos en bici, eso es lo que importa.
La cita en la plaza no es con la novia, ni en la noche. Es antes de salir el sol y es para arrancar la segunda jornada de esta rodada llamada el Vallartazo! A diferencia del día anterior, ahora todos arrancamos a todo lo que damos, en una predominante bajada hasta el cercano pueblo de la Estancia, al pie de la carretera, entre Mascota y Puerto Vallarta. Pero nosotros no habremos de seguir la carretera; somos ciclistas de montaña y habremos de abrirnos camino por senderos que van contorneando las colinas, las cimas y las simas del extremo occidental de la Sierra. Como el amante que va delineando las curvas de su amada, aunque bueno, aquí nos va a costar un poco más de trabajo, jeje. Y si osamos descuidarnos, no será un beso lo que obtengamos, sino un buen recuerdo que dejara un moretón, un arañazo o un buen golpe, como le paso a un compañero que en la primera bajada apunto de cruzar el arroyo, resbalo su llanta delantera y fue a visitar con su pómulo izquierdo una nada suave curva del camino. De ahí en adelante, me recordó mucho a Julio Cesar Chavez… después de una golpiza.
Esta segunda jornada es también maravillosa, uno contempla el cambio de vegetación al menos en cuatro ocasiones, pasando de los pinos del bosque húmedo de altura, a la selva de costa, o la estepa húmeda, piñas de pino comparten el lecho con flores tropicales, tímidas ardillas en un costado de la montaña tienen de vecinos alguna clase de perico en la otra cara de la misma.
Volvemos a trepar y los pinos se adueñan del paisaje, los abundantes arroyos, son ahora hilillos de agua que brotan de la montaña y se convierten en un oasis para refrescar nuestra ruta, porque ahora el sol está a pleno y parece que no invito a ninguna nube el día de hoy para vernos pasar. Pero no importa, para eso estamos aquí, para rodar, con caídas, con calor, con uno que otro calambre (verdad Fabián?). Y a toda subida le siguió una bajada más…. Y llegamos a la bajada principal, la que ya nos depositó en el valle que se forma en la Bahía de Banderas… luego de varios columpios, termine la ruta rueda a rueda con el Bob, tomamos las reservas y las mandamos a los pedales para surcar a toda velocidad la última recta y llegar al Colorado, pueblo a 10 kms de Puerto Vallarta en donde nos esperaba el camión. Para mí ahí termino la rodada, otros se animaron y tomaron ruta por carretera hasta el lugar de la cita para festejar el Vallartazo, una rica comida en la playa, con vista al mar, con los compañeros de ruta, departiendo, reponiendo energías, con una vista sin igual, el mar por un lado, la montaña por el otro lado, que más?
Ro
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De lujo la narración