Rodeando un Tesoro

Así son los tesoros, no necesariamente deben ser inalcanzables. Más bien la mayoría los tenemos en nuestras narices antes de descubrirlos. Esta tarde lo volvimos a comprobar. Bueno, hablare en nombre propio. Tengo la suerte o la oportunidad (para algunos la suerte realmente no existe) de que mi lugar de trabajo esta al pie de una de las colinas que rodean a la ciudad.

En fin, aprovechemos que tenemos de momento esta colina, llamada cerro del Tesoro aquí a la vuelta para “estirar piernas” una vez a la semana. Que les puedo decir de esta breve pero sustanciosa rodada?

La rodada es de 8.5 kilómetros aproximadamente y la completamos en unos 40 minutos. Esto parece lento, pero es necesario comentar que la ruta incluye un par de subidas nada despreciables. Iniciamos en la cota de los 1,613 msnm y llegamos al punto culminante a unos 1,751 msnm, es decir durante la ruta se suben ~138 metros, que bien cuentan, sobre todo a la 1:00pm en un día despejado durante estos días que rondamos los 30 grados centígrados, jeje, así nos evitamos nuestra playa en la azotea.

Para prueba basten unas fotos que tome en esta ocasión, no íbamos los acostumbrados seis a ocho, pero cuatro mosqueteros si alcanzamos a reunir: Paco, Rommel, Marcos y Ro, osease, yo. Rommel poniendo a prueba sus llantas nuevas, Paco aumentando el esfuerzo con un asiento una talla menor a la mejor, Marcos regresando a las rodadas y yo, buscando no caerme en el pedregoso suelo del cerro que combina las piedras rojizas tipo Marte, con la blanca arena pómez que buscan atrapar a nuestros hules.

Rodamos tranquilos en los brazos del sol, y bajamos con rapidez buscando las caricias refrescantes de un tímido viento que osaba escurrirse entre las pocas sombras de arboles y las casas ya de bajada. Llegamos a la avenida colon e hicimos nuestro carril en el camellón que se comparte con el tren ligero (y que amablemente nos protege un alambrado), y ya bajando al periférico yo me desvié a seguir rodando para cumplir un pendiente mientras los demás rodaban de nuevo a la oficina. A dejar nuestro Tesoro entre las marcas de las llantas, en el polvo impregnado en nuestra piel y en la de las bicis. Un regalo que gustoso puedo compartir con los que me rodean durante el día, a través de la sonrisa surgida de mi alegría que es poder rodar, aun aquí, en la ciudad, a la mitad de mi jornada laboral.

Hasta la próxima!

Rogelio

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