El amanecer en Angahuan es un regalo. Pareciera ser como un rincón en el que el Creador planteo despertar los fines de semana. Nada de prisas de transito. Aun y cuando se empiezan a ver pulular a nosotros los ciclistas de un lado a otro, ya sea buscando café, agua, engrasando la bicicleta, o simplemente platicando con otros colegas, el ambiente es enteramente placido y relajado.
Iniciamos recogiendo nuestras pertenencias, acomodando las mochilas que se llevarían en alguno de los vehículos de apoyo y yendo al mirador para las fotografías conmemorativas de la ocasión con ese marco inigualable del Paricutín y el Tancítaro despertando con el sol cual si de dos amantes se tratase. Y que sorpresa, un viejo conocido asomándose a lo lejos; el viejo Nevado que está en Jalisco pero que llaman de Colima… quien dijera, pareciese que ni él quería perderse nuestro regreso, je je.
Las nueve “pasaditas” y ya estamos a punto para el regreso. La sensación de emoción se empieza a adueñar de mi y creo que de los demás que formamos el pelotón mientras vamos rodando por las calles de tierra de Angahuan y luego por el propio empedrado que nos deposita a la salida del pueblo y sobre la carretera que apunta hacia Zacán. Nos detenemos para esperar a los que tomaron otros minutos más para salir. Ya fuera el último trago de café, dejar lastre, o como mis compañeros, estar jugando con la subida desde las ruinas.
En fin, ya estamos todos prestos, alrededor de cien ciclistas iniciamos el regreso por la asfáltica. La emoción regresa, el viento me refresca y la inevitable sonrisa surge en mi rostro. Esta sensación de hermandad, de compañerismo, de soporte de unos con otros. Compartiendo cada cual a su manera este pedacito de camino, irnos cuidando, irnos desparramando a lo largo de varias decenas de metros en la carretera. Orgullosos al paso de los automóviles, por ir nosotros en las bicicletas, ir silenciosamente pregonando que el ser humano está presente por estos lares, con su propio esfuerzo haciéndose llegar a un nuevo destino.
Nos agrupamos nuevamente y esta vez las camionetas de apoyo nos darán escolta hasta llegar a Zacán, serán unos kilómetros a más velocidad y cubiertos, ¡que experiencia! Sentir como si mi bici fuera brincando de gusto por ir libre, suelta y a la vez siguiendo mis mandos. Empujando los pedales, agachándome para cortar el viento, siguiendo de cerca a los punteros y llegar a Zacán, para luego seguirnos de largo rumbo al 18 de Marzo, la ranchería que nos abría las puertas a la bajada que el día anterior nos cobró con tanto gusto el sudor, los calambres y resoplidos… ahora estaría ahí para pagarnos con la bajada hacia los Reyes. Una bajada como pocas, diez y tantos kilómetros a través de las entrañas boscosas de los Reyes, el polvo levantándose al paso de un grupo de bicicletas que surcan la brecha. Una tantas mas pasan rozando las ramas bajas de los árboles y abriéndose paso entre las huertas de aguacate. Rocas que brincan ante el paso de las ruedas de nuestras briosas bicicletas que sin empacho siguen rodando cerro abajo.
Y al final, llegamos de nuevo a la carretera, el último trecho antes de arribar nuevamente a los Reyes, en donde ya nos esperan los que salieron más temprano. Vamos llegando en pequeños grupos, contando las anécdotas, relatando las nuevas historias que conformaran la gran Historia de esta gran ruta llamada Transvolcano. Nos vamos enterando de las caídas, de los raspones, de los golpes en la carne y en el metal, el sudor esparcido en los arbustos o en los terrones dejados atrás. Uno de nosotros pagó el precio alto de una caída espectacular que afortunadamente no pasó más allá de requerir el transporte en vehículo, unos vendajes, y supongo yo que varios días de reposo hasta que los músculos recobren su forma y su fuerza, ánimo amigo, así es esto de rodar, te paga con experiencias sin igual, pero a veces te puede cobrar de igual manera. Al final todos regresamos, de una u otra forma, con menos kilos, con más sonrisas, con más amigos, con más experiencia y sobre todo, ¡con más ganas de volver a rodar por aquí!
¡Gracias Jose Luis, gracias Violeta, German, Brenda, tantos más que estuvieron aquí, gracias a los Reyes que como Reyes nos atendió! Y a ahora… ¡La que sigue!