Cuando me dí cuenta que tenía que cambiar de ciudad. Claro que me dió miedo por dar pasos en lo desconocido. Me empezaron a coquetear la tristeza y la nostalgia, por lo que tenía que dejar atrás. Pero contando con el apoyo de mi esposa, de mi familia y los amigos, me fui cubriendo de valor ante la incertidumbre. Me rodeó la alegría por saber que venían nuevas aventuras, nuevos aprendizajes. En fin, respiré profundo y con calma cuando me dí cuenta que realmente no dejo nada atrás, todo viene conmigo.
Así a comenzado una nueva etapa en mi vida, en una ciudad que no es en la que nací, pero ya eso no es tan importante… a final de cuentas nací en el planeta Tierra, y sigo en él. Ya platicaremos cuando me toque migrar a Marte no? O a alguna luna en Júpiter, je je. Y sí, también haré todo lo necesario para llevar mi bicicleta.
Ahora tengo la oportunidad de rodar en otros lares. Conocer nuevas rutas, nuevos entornos, nuevas calles y nuevas formas de rodar, conocer gente nueva, otros ciclistas, otras maneras y costumbres quizás. Pero eso sí, es el mismo sol, el mismo viento (un poco más frío en invierno), pero empiezo a escuchar historias similares entre los colegas; que la bajada tal, que las curvas, que la bicicleta trae un ruido, que se pinchó y no sirvió el tubeless, etc.
Ya empecé por conocer algunas de las calles en esta ciudad capital (como le llaman sus habitantes) de San Luis Potosí. Y finalmente este sábado tuve la oportunidad de ir un poco más allá, salir un poco de sus límites y tantear las montañas que la rodean. Una mañana fresca tirando a fría, luego de una noche de lluvia silenciosa que lleno de charcos las calles y ya me habían salpicado antes de enfilarme a la vereda.
La ruta de mi bautizo en esta tierra fue hacia la cañada del lobo, en donde se encuentra una hermosa postal con una presa que, naturalmente, se llama la presa de la cañada del lobo. Ahí conocí a mi primer guía, un profesor que iba llevando a su mascota a pasear y quien me encaminó y sugirió la vereda a tomar, las precauciones del terreno y me sugirió, “cuando llegues a donde ya no hay camino, te devuelves”. Claro, le hice caso. Compartimos unos minutos algunas experiencias de él que acostumbra caminar por esa vereda, hasta llegar a un poco antes de la cima en pico, ahí “después de los árboles”. El camino hacia el otro cerro, pero bordear la presa y regresar al punto en donde él arranca.
Disfruté conocer esta nueva tierra, menos verde y más piedra. Pero antes de quedarme en comparar puedo decirles que fue más bien disfrutar y conocer una vereda más, un sendero que tiene su propia exigencia. La distancia no fue mucho esta vez, pero ah como me cansé! Sentí mis piernas estirar los músculos, sentí como parecían quemarse mis muslos, me detuve y caminé ante una inclinada pendiente llena de rocas que parecían correr a mis llantas para abrazarlas, seguramente porque no me habían visto por ahí y querían darme la bienvenida.
Pasé ese tramo y llegué a una planicie que me mostraba por un lado la ciudad a mis espaldas, la presa un poco más abajo y al frente la imponente puerta norte a la sierra del Gogorrón. Imponentes montañas que parecían susurrar una invitación a seguirle y llegar más allá. Pero recordé la sugerencia del profesor “…donde acabe el camino…” Y si, me regresé. No sin antes llenar mis pulmones, mi piel, mi alma de la paz y la maravillosa sensación de libertad, de magnificencia que me envolvió en esos momentos… cientos de kilómetros de vistas a mi alrededor, arriba las nubes que viajaban a toda velocidad, despejando en momentos, cubriéndome en otros.
Y además, algo que me ha enseñado rodar es a ser humilde. No tiene lugar la arrogancia en el ciclismo, en el ciclista (o al menos, no debería tener lugar). Vengo de lejos, vengo a aprender y no tengo interés ni necesidad de demostrar que si se bajar, que si aguanto subir. Son montañas diferentes, son caminos con otras características. Lo importante aquí es que puedo rodar, puedo encontrar una ruta y disfrutarla, puedo venir aquí y compartir lo mucho o lo poco que se, así como estos caminos me permitirán conocerlos, poco a poco y aprender cada quien del otro. Otra cosa, importante. Alguien también muy contenta, era mi bici. Nuevamente abriéndose camino en el sendero, ajustando el manejo para no caernos, exigencia a la suspensión, palpando el terreno para saber como agarrarse e impulsarse. Era casi como escucharla gritar de alegría, y casi verla sonreír y arrebatarse en la vereda, buscando la brecha ideal, el ángulo exacto para cruzar la grieta, impulsarse sobre la roca viva.
Una buena rodada sabatina en la tierra potosina, que augura muchas más.
A rodar!!!