Una vueltita para hacer tiempo

Si de por si, ya me sé las “mentiritas” blancas de los ciclistas;

– “Aquí traslomita”, anónimo…

– “Faltan sólo 600 metros…”, Charly Comegalletas…

– “Una subidita nada más”, TODOS!

Esa mañana habría de agregar una más al catálogo. Habíamos llegado a Mexquitic de Carmona, luego de rodar unos 25 kms por carretera “chiquita”, caminos rurales, terracerías y un single-track endemoniado, que incluyó un tratamiento de “pilling”. Ya estábamos recuperando el aire en la plaza de Mexquitic, mientras nos deleitábamos con unas gorditas de carnitas unos, y con tacos de barbacoa otros, nos hidratábamos con refresco y cerveza (es válido, ya lo he leido en un par de artículos serios!). Todo buen ciclista debe saber de esto y darme la razón.

Pues bien, en estando en esto, el cónclave de ciclistas en esta rodada; Olivier, el guía (conocido como el pastor, por el arte de no dejar oveja descarriada), Ernesto, Toño, Humberto, Rubén y el Ro decidíamos si regresar en fast-track siguiendo la carretera, lo que nos llevaría de regreso a San Luis Potosí en no más de 40 minutos, o tomar una ruta alterna basada principalmente en el trayecto que habíamos utilizado para llegar ahí. Esta pregunta surgió sólo porque algunos comentaban “es muy temprano, no me van a creer en mi casa”, “me van a poner a lavar platos”, “me van a decir que vayamos a algún lado” (omitiré nombres por seguridad de mis fuentes).

En fin, luego de una breve exposición de argumentos, todos depositamos nuestra confianza en nuestro guía, y lo seguimos. Arrancando en segunda velocidad y al borde del vómito, porque no hay de otra más que subir para salir de Mexquitic (hacia arriba), y luego de varias gorditas y tacos, no es lo más eficiente rematar con tremenda trepada. Logramos salir avante y tomamos la carretera, lo que me hizo creer que seguiríamos por ella finalmente, pero no fue así, luego de un par de kilómetros tomamos el camino rural que ya conocía y luego, nos desviamos aún más para salir a una terracería a la altura del poblado llamado Picacho (No, no Picachú mis millennials lectores).

Esta ruta fue una excelente opción para cumplir con lo planeado de tomarnos más tiempo y disfrutar nuestro “permiso” dominical para rodar. Básicamente terracerías, y veredas, bastante rodables pero con tramos técnicos que exigían más concentración y equilibrio, ante rocas que parecían moverse solas al simple sonido de nuestras ruedas acercándose.

En un respiro del camino llegamos a un estanque de agua, un rincón de ensueño en medio de este terreno semi-árido que rodea a la capital potosina. Lugar excepcional para la toma de algunas fotos que quedarán en la posteridad de mi memoria y en las fauces de Internet.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fue este el preámbulo para el “cobro” de la rodada. Saliendo del estanque no había más que rodar pa’rriba, una pendiente “suelta”, no por el chorrillo, sino porque estaba alfombrada de piedras sueltas, de tamaños de canicas, de pelotas de ping-pong y hasta tamaño pelotas de tenis, por lo que era muy difícil mantener la vertical. Son esos momentos los que se hacen eternos en la mente del ciclista; ya vienes con cansancio acumulado, pero haces el intento de mantener el mismo impulso en tu pedaleo para subir sin y sortear lo suelto del terreno, pero las piedras te detienen, o hacen que la llanta de arrastre (la trasera) derrape y pierdas el ímpetu, lo que se traduce en un esfuerzo doble o triple en los quadriceps. Esto eleva al máximo (en los mortales), el ritmo cardíaco, lo que hace que el ciclista se canse rápidamente y agote las reservas energéticas que había calculado al iniciar la subida.

Posiblemente así le paso a Humberto, que a la mitad de la “alfombra de piedra” perdió por completo el ímpetu y en una fracción de segundo, se detuvo, el manubrio se venció en alguna piedra (creo), quiso desengrapar su pie izquierdo sin éxito (también lo supongo), y la gravedad hizo lo suyo depositándolo en el suelo, eso si, la gravedad no se detiene a quitar las piedras y, él fue a posarse de manera poco suave sobre esa piedra única que estaba esperando seguramente desde hace años a que él pasara por ahí para recibirlo. Ya nos tocó llegar hasta donde cayó, y se procedió con el procedimiento de ayuda “estándar”… “Tranquilo”, “No te pares”, alguien tomó la bici, “todo bien?”, empezó a hacer su recuento de daños, parecía que todo podía moverse, brazos, piernas, cuello, pies… un dolor en el costillal que habría de revisarse “a posteriori” pero podía volver a rodar…

Si, le tocó a Humberto pagar la rodada de los seis de ese domingo. Aparte del “piedrazo”, la sofocada y los rayones a sus zapatos, seguramente había de seguir pagando algunos días con el malestar en las costillas. Afortunadamente no paso a mayores ahí. Unos minutos para recuperar el aire, recomponer la compostura y apoyarse en esa “pildora” proporcionada por el Toño hicieron lo suficiente para terminar de subir (a pie) y luego retomar el camino de regreso, que afortunadamente concluyó sin mayores altercados, a excepción de la competencia de ladridos entre los ciclistas y los perros de los poblados que cruzamos ya casi llegando a la capital.

Un domingo más sobre las ruedas (bueno, casi todo el tiempo verdad Humberto?), un domingo más re-descubriendo esta tierra, un domingo más compartiendo con los amigos y comprobando que los ciclistas estamos hechos de otra materia; esa que contiene, risas, esfuerzo, aguante y apoyo mutuo.

Ah! y cuál fue la nueva “mentirilla” para el catálogo? Pues claro, “Una vuelta nada más…“, Monsieur Olivier. (bueno, así la entendí o quise entender… je, je)

 

A rodar!

Ro

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *