Transvolcano 2010, la ida

Son las 9:00am de la mañana. Algunos silbidos empiezan a elevar las ansias del grupo pidiendo el arranque. Pero aún faltan unos minutos y yo también ansiosamente busco a Ruben para llevar los autos a la pensión en donde pernoctarán. A sólo unos minutos del arranque ya estamos por fin listos, aunque el grupo Intel nos hemos dispersado un tanto en el pelotón, los veo del otro lado mientras intercambio las buenas vibras con mi hijo y con mi hermosa Sofía. Abrazos y sonrisas son catalizadores de la vibración que se va adueñando de la plaza central de los Reyes, como en otras ocasiones, los gritos, ladridos y auto-porras distienden la tensión al momento que el banderazo marca el arranque de esta nueva edición de Transvolcano.
No pasan muchas cuadras cuando ya estamos el cuarteto de Intel agrupados y siguiendo a todo el pelotón que por unos minutos se adueña de las calles de esta enjundiosa ciudad que se despierta con el paso multicolor de estos locos que pagamos por sudar, por llenarnos de polvo, por esforzarnos al tope de nuestras fuerzas en la carretera que nos lleva a la brecha hacia la ranchería 18 de Marzo, quince kilómetros allá arriba en la sierra, pero quince kilómetros que elevan nuestro ritmo cardiaco al 80%, 90% o hasta el 100% en algunos casos al “trepar” un pendiente que ya quisieran Contador o los Schlek para practicar previo a su Tour de France.
Aquí, al entrar al bosque de pinos y los plantíos de aguacate todos seguimos siendo pelotón, pero cada uno va tomando su ritmo, la magia del ciclismo empieza a mostrarse, cuando el compacto grupo se va alargando hasta parecer más una liga a lo largo de las veredas boscosas. Aquí sigo a la par de Carlos, hasta que enfrente vemos como si fuera una retadora ola y nosotros los surfistas, el inicio de la pendiente, cuantos grados? No lo sé, pero para los que manejamos, podría comentarles que en ese trecho de camino, con las piedras y la tierra, la primera velocidad quizás no lograría llevar a alguno de nuestros carros hasta el final de la misma, a lo mejor una pickup sí, pero aquí nos toca a nosotros mismos ser el motor y confiar en la tracción de nuestros briosos corceles de aluminio y hule para subir… “Toda tuya Charly” – le dije a Carlos. Ni tardo ni perezoso, Carlos arrancó literalmente como metiendo velocidad y me dejo atrás, por más que busqué no ví motor en su bicicleta, así que creo que si tiene galleta… Yo seguí a mi ritmo, mientras otros seguían hacia arriba, y unos tantos más tenían que detenerse y seguir a pie la cuesta. No importa cómo, cada quien se conoce y lo importante es no detenerse, estamos todos ahí, juntos, pero cada quien con sus propios medios.
No faltan las palabras de ánimo de los que vamos pasando y tampoco mis propias palabras a los que me pasan: “Vamos”, “falta menos”, “Alle, que ha esto venimos!” – Si tan sólo estos momentos abundaran más en mi querido México…
Pero aquí no hay lugar para la política, seguimos subiendo hasta llegar al pueblo de la Palma, ya habiendo sorteado la mayor parte de la “trepada”, viene un tramo de cadencia carretera. Unos kilómetros que no son de descanso, pero que sirven muy bien para tomar un aire y llegar a Zacán, el último pueblo antes de la anhelada llegada a Angahuan. Aquí ya Carlos se ha ido a la punta desde hace mucho y yo deje atrás a Ruben y Liz, que vienen seguramente en la carretera. Me decido a continuar mi ruta ante la duda de que me hubieran pasado sin darme cuenta y me uno a grupo de ciclistas del grupo Pure bike, de Purépero. Y durante algunos minutos vamos juntos hasta que empiezo a adelantarme al momento que vamos entrando a los terrenos nada fáciles de los bancos de ceniza volcánica. Polvo que nos juega la broma de frenar las bicicletas y de hacer que las ruedas se hundan o derrapen, haciendo que en momentos tengamos que esforzarnos al punto del calambre, luego de más de 3 horas de estar arriba del sillín pedaleando. 
Pero ya nada me va a detener, y mi montura esta tan deseosa de arribar a las ruinas de San Juan, víctima del nacimiento del Paricutín, que tampoco se amilana en los últimos kilómetros y vemos juntos, enfrente, por encima de la lava petrificada a lo lejos, la torre de la Iglesia, único vestigio de la existencia de un asentamiento humano, que fue perdonado por la propia naturaleza, como diciendo, ya ves… no soy tan mala… ahí acaba mi pensamiento y elucubración filosófica y lo que atino a hacer es soltar un grito, para mí mismo: “uuuuuuuuuuhaaaaaaaaaaaaaaaaa” lo hemos logrado Java (mi bici), aquí estamos!, lo logramos!… Arribo a los puestos donde venden aguas, refrescos, cervezas, quesadillas y sin pensarlo, pido un agua de coco y una quesadilla… mientras empiezo a saludar a la veintena de ciclistas que ya están por aquí.
 
Al poco van llegando de dos en dos, en tríos, uno que otro solo, más ciclistas que igual se detienen al merecido descanso y a saciar su sed con una helada cerveza, sin constricción, con todo el merecimiento de quien a conquistado un territorio, o derrotado a un dragón. Veo que Carlos ya ha llegado, esta su bicicleta ya “aparcada” aunque al parecer él se ha seguido hacia las ruinas para alguna sesión de fotos. Yo me quedo sólo unos momentos, hasta que llegan Ruben y Liz y comenzamos a rememorar la aventura superada. Luego de esto yo me adelanto, es momento de llegar a las cabañas de Angahuan, donde mi tesoros esperan y yo ansío abrazar con el orgullo de ser merecedor de sus miradas. Camino y ruedo los últimos kilómetros hasta que veo a mi Sofí y a mi hijo, que mejor momento que estrecharlos y sentir que los calambres se retraen con el esfuerzo de un abrazo de seis brazos!
 
Y así fue, una vez más… Transvolcano a través de mi y yo a través de Transvolcano.

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