Explorando entre pasado y presente

Sábado, amaneció hace un par de horas, pero hoy confié en que el sol no requiriera de mi presencia para empezar su andar cotidiano. Me preparé tranquilamente. Revisé mi ropa para rodar, me unté de esa crema que se supone incluye bloqueador solar, por aquello del exceso de vitamina D en estos lares. Llené mi ánfora y preparé algo de naranja y manzana para la hora del “snack”. Ya listo, reviso por última vez mi bicicleta y me lanzo a la calle para tomar camino hacia las montañas cercanas. A mi aventura de exploración. A saber si realmente puedo rodar sobre los lomos serranos y enlazar con otras rutas que me han contado que cruzan por allá arriba.

Tomo la avenida y comienza el ascenso, sereno y constante hasta cruzar el periférico, en dónde abruptamente se eleva la pendiente… la habremos pavimentado, pero debajo sigue la montaña cobrando la osadía de querer llegar a su cima.

Avanzo un par de kilómetros hasta donde la insaciable huella humana deja paso a la simple piel terrosa de las montañas al sur de este valle. Y la pendiente no cede, sigo volteando hacia arriba y ahí sigue el camino, pero ahora sembrado de piedras que me evitan rodar y tengo que poner pie en tierra y honrar la vereda con mi caminata ahora siendo yo quien carga a mi fiel alumínica.

La fiel gris, a pleno sol, en espera de seguir la ruta exploradora

Luego de breves interludios “pie a tierra” y otros tantos a rueda coroné una cima, que me dió una perspectiva de esta laboriosa ciudad en la puerta al altiplano. Y llegó la disyuntiva; aventurarme a la búsqueda de la ruta que me llevaría a la cañada del lobo (que ya conozco) o tomar la vereda que apunta a mesa de conejos. Para no apresurar la decisión, decidí hacer “la hora del snack” y tomar algunas fotos “pa’l recuerdo”.

Amplitud de tierra y de pensamientos

Después de la rehidratación y de las tomas fotográficas, enfilé por una vereda muy bien trazada y rodable!… al menos por los siguientes 2 a 3 kilómetros fui disfrutando de una rodada si no apacible, bastante tranquila. Exigiendo concentración a cada pedaleo pero disfrutando de un sol en pleno que era amortiguado por un viento fresco. Ahí me topé con algunas florecillas que crecen entre rocas, nopales y yacas. Coincidió con un trastabillo al pasar sobre una roca suelta, así que me detuve a contemplar como en su sencillez mostraban su valentía y su fortaleza estos pedacitos de color entre el paisaje árido que las rodea. Sin hacer mucho alarde lucen como pocas en estos caminos de dios, donde el ruido de la ciudad no llega con facilidad, donde pocos humanos se aventuran, ellas son las dueñas del páramo, y se regodean silenciosamente en el entorno, siendo claras elegías a la vida que no deja de desbordarse de manera tan apacible y contundente que simplemente me hacen honrarlas con lo que puede ser esta breve toma intentando hacer justicia a su belleza y sencillez…

Luego de esta breve parada, continué como les comentaba, unos dos o tres kilómetros por esta pradera seca, deslumbrante y apacible hasta que empecé a bajar la montaña y acercarme a uno de los nuevos fraccionamientos de San Luis Potosí, llenos de árboles, prados verdes, que no me parecían muy “locales” para el clima y la geografía de la ciudad, pero bueno, capaz que está construido sobre o cerca de manantiales y ojos de agua y no se trata simplemente de arrogancia humana que gasta lo que no tiene para querer forzar a la naturaleza a ser algo que no es.

 

 

En fin, en el transcurso de mis disertaciones filosóficas-ecológicas, llegué al punto en la ruta en que por seguridad y las ganas de poder seguir rodando, puse pie a tierra, para no verme forzado a caer por la fuerza de la gravedad y la complicidad de piedras (filosas) sueltas y evitar que un par de borricos pudieran armar escándalo y contar como un “extranjero” en esta tierra mordía el polvo…

Caminé unos 15 o 20 minutos, del lado “externo” de los fraccionamientos de lujo, por una vereda de caminantes, pasando algunos charcos sucios, que no quise averiguar de donde provenían y algo de la inconfundible basura humana hasta llegar a mesa de conejos… lo siento amore, no vi conejos, sólo unas cabras que estaban podando algunos setos. Ahí no había otra que tomar carretera, hacia la entrada a San Luis Potosí, afortunadamente había un pequeño acotamiento que me permitió rodar con relativa seguridad de regreso a la ciudad hasta tomar el periférico y llegar al parque Tangamanga I. Ya a unas cuadras de mi destino, pero decidí que todavía podía rodar algo para compensar las caminatas allá atrás, así que me dirigí al parque y rodé por algunas de sus alamedas, y sus veredas hasta llegar a las canchas de béisbol… pero hoy no había partido, así que lo tomé una señal para completar mi ruta y dirigirme al departamento, para velar armas y esperar la rodada dominical.

Ya supe lo que me espera para la próxima subida a esas montañas, porque ahora me tocará buscar la mejor ruta a la cañada del lobo… a rodar!!!

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