Pensando un poco sobre lo que motivó a hacer dek ciclismo, más que mi pasión, un estilo de vida, una manera de interpretar mi experiencia de existir, me topé con estas dos tomas de un mismo origen, y quiero compartirlo con ustedes, que amablemente se bajan de su tren diario por cinco minutos, y me conceden sus ojos para leer.
A veces uno quisiera que el origen fuera refulgente, ruidoso, que llamara la atención, que hiciera voltear a la gente. De repente me lo planteo en relación a este gusto por tomar la bicicleta y rodar y rodar, sea por la cuadra, alrededor de mi calle, sea por las colonias de mi ciudad, por los senderos de este bosque escondido a los ojos de todos, en las veredas de bosques y desiertos que se tienden ante mis las llantas de mi alumínica y me hacen surcar nuevos y viejos caminos de mi tierra y de mi propio ser.
A veces quisiera poder gritarlo a otros, decir que fue un destello en la oscuridad, una cascada como la de la imagen, que rompe el silencio de un recoveco en el bosque. Esa llamarada blanca que rasga el verde de una arboleda tupida en medio de un rincón que se esconde de todos, esperando que nadie le encuentre, y a la vez deseando que alguien llegue y le haga compañía al menos por unos minutos, alguien que como nosotros sepamos que es un regalo del universo, para llevar lo más cercano al corazón, con ese gusto de no decirlo a nadie porque sabemos que en el humano, estos regalos no siempre son valorados y si, casi siempre, destruidos.
Pero no, creo que al igual que como usualmente sucede en la naturaleza, los orígines no son entre destellos y sonidos estrambóticos. Este ojo de agua no surge en una cascada, sino humildemente debajo de una roca. Sin aspavientos, sin trompetas, modestamente se abrió paso luego de no sé que tantos miles de años, y fue acomodando su flujo entre unas rocas y simplemente salió a la luz de un bosque como muchos, pero le otorgó una magia que no e encuentra en cualquier lado, que siempre da la primicia a esas almas que buscan un poco más, que se aventuran una pizca más allá de lo que siempre se le pide a alguien.
Así creo yo qe fue mi origen en la bicicleta. No fue por el glamour de una competencia, o el ruido estruendoso del viento surcando entre los automóviles atascados en la ciudad. Fue así, en el silencio, en la sombra de mis días. Sin pedir ser protagonista sucedió lo inevitable y fue entonces que tomar, mi bicicleta, subirme a ella y enfilar a mi destino, fuera la escuela, el parque, el bosque, la otra orilla de la ciudad, simplemente se fue dando el gusto por descubrir mi ciudad, el desierto, el bosque, la laguna, de una manera que no lo puedo hacer subido en un automóvil, o un camión. No siquiera el caminar me da esta perspectiva tan entrañable, tan cercana al entorno y los que comparten ese escenario conmigo por tan solo unos segundos y le dan un sentido diferente a vivir. Descubrir que no se necesita mucho, para valorar lo que es este planeta, lo frágil que es. Lo mucho que uno puede hacer con simplemente pedalear para protegerlo, para hacerlo más, para permitir que siga su propio curso, como ese ojo de agua, que sin pedir nada otorga su agua pura, cristalina, fresca, simplemente pidiendo que la disfrutes y la dejes correr para que otros también se vean bendecidos por su corriente.
Así fue el origen de mi pasión, en el silencio, en lo sencillo, en la tranquila ruta de un lugar a otro, sin alardear, sin presumir, simplemente aprovechando que tenía una bicicleta y la curiosidad de ver mi ciudad desde las dos ruedas que llenaban mi día de alegría, de sabor, del gusto por vivir…
Ro