Atemajac de Brizuela, la rodada (I)

Atemajac de Brizuela, es un pueblo de montaña enclavado en un extremo de la sierra de Tapalpa. También pudiera ser un pueblo mágico, pero a lo mejor es una ventaja que de momento no lo sea. Lo digo por mí porque Atemajac es un refugio, para los que como yo, preferimos un rincón con el susurro del bosque y el aroma del ocote para diluir el stress de la rutina citadina. Y veo en muchos rostros del pueblo ese gusto por mantenerse así, el polo discreto a diferencia del bullicio que empieza a envolver a Tapalpa cuando los citadinos la invaden cada fin de semana.
Y mi refugio cobro vida de nuevo para mí este fin de semana que elegimos darnos una vuelta por ahí. Disfrutar la caminata vespertina por su centro remozado y luego terminar en la casa de Gerardo, con la historia de varias generaciones en sus muros aun de adobe. Tomar ponche de granada al calor de la chimenea y sintiendo los “chiflones” de viento que se cuelan por el corredor abierto al viejo patio, en el que poniendo atención pueden escucharse aun los cascos de los caballos que antaño entraban a la caballeriza, hoy inexistente.
Que mejor marco, para que ahora, los caballos de aluminio y hule sean la montura para cruzar los bosques que rodean este pueblo de ensueño. Todo inicia con el cielo al clarear, salimos prestos para ir a los corrales donde se preparan los “pajaretes”, uno “energética” bebida natural; un tarro de barro, (hay de diferentes tamaños a escoger) chocolate, azúcar y alcohol, mezclados tan sólo con la presión de la leche que brota de la ubre la vaca, ahora sí, listos para rodar!
Tomamos el camino al mirador, camino terroso, flanqueado por plantíos que aun no nacen y por bosque que, silencioso nos veía pasar. Cruzamos pequeños llanos dignos de cualquier portada de “National Geografic” o de “México desconocido”.
Seguimos adelante, no sin antes una que otra desviación involuntaria, como la de Paco, que tomó la ruta equivocada. La que bajaba hacia Zacoalco, y en la esperanza del descanso de la bajada le hizo acelerar su bicicleta, hasta que por fin, 5 minutos más tarde pude alcanzarlo y emprender el cansado regreso al camino indicado.
Así, después de unas 2 horas y media, llegamos al mirador, cansados unos, acalorados otros, apresurados también. Pero que vista! Mas de mil metros por encima de las lagunas secas, cientos de kilómetros de vista ante nuestros ojos. Con el regalo de tener un día despejado, solo el azul del cielo, el verde de las montanas que nos flanqueaban, las violáceas montanas que a lo lejos parecían dar pleitesía a la orgullosa cima del volcán de hielo (el que según colima es de ellos, pero bueno…)
 
Aquí llegamos casi al cenit del día, y fue también el cenit de nuestra rodada, pero aun faltaba rodar más!

Ro

(Mas fotos en el link en el lado derecho)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *