Almas rodantes…

Transvolcano 2011 va quedando atrás, pero todo lo vivido va amalgamándose en mi alma. Suena algo cursi, lo sé. Lo releo y aun así, que así quede. El alma, esa entidad escurridiza en nuestro mundo de maravillas tecnológicas y de cuentas por pagar que no terminan. Un concepto que muchos dejan para las adormecedoras homilías dominicales o para algún debate al interior de una mezquita o una sinagoga.
Este término cobra vida más de lo que uno cree. Y una ventana para verlo vivo, es rodar. Aquel sábado, con las prisas, con el reencuentro con rostros conocidos, al momento de ir viendo como la plaza central de los Reyes se iba llenando de jerseys de todos los colores, escuchando las ya famosas bromas y las que en esta edición, hicieron su aparición. Los colores se agrupan en momentos, y luego empiezan a brincar dentro del pelotón, cuando se da la señal de arranque y todos iniciamos nuestra propia lucha para superar esta nueva prueba con nosotros mismos.


Ahí sentí a mi alma moverse y traspasar mis poros, hincharse como campo de fuerza de ciencia ficción, retraerse y sustraerse por cada recoveco de mi ser. Ese sentimiento de mariposas en el estómago, de sonreír por el simple hecho de estar vivo y presente en esa plaza, en ese momento. Ahí descubro a mi alma reír y vibrar, es esa sensación indefinible de amplitud, de serenidad y empatía con el entorno, sea un árbol, una banqueta, un chiquillo que corre por ahí o un anciano que cruza la calle. 

En ese momento me uno al pelotón y comienzo a navegar en él y me siento pleno. Es indescriptible ver como las docenas de ciclistas van recorriendo las calles para luego tomar la carretera, la alfombra multicolor, cambia de forma y poco a poco se va estirando para ir cubriendo más terreno sobre el asfalto, que a poco se convierte en una brecha de tierra y empezamos a subir la montaña. Ah que montaña!



Siempre está ahí, siempre es la misma y siempre cambia para cada uno, se ofrece como una amante pero exige de nosotros la misma entrega, sino es que más. Vamos subiendo y las voces se van silenciando, cada uno a su manera se van adentrando en sí mismos para tomar la fuerza que nos hará conquistar una vez más la trepada de Transvolcano.



Cada uno tendrá sus tótems, sus mantras, sus oraciones, sus costumbres, pero al final, para cada uno, es nuestra propia manera de volver a nuestra esencia, a sacar de lo más fondo de nosotros a esa escurridiza pero leal alma. Ahí entre los pinos y las huertas de aguacates, ahí cadencialmente tomando la carretera y enfilando al joven volcán Paricutín, en los murmullos que resurgen cuando me encuentro con otros ciclistas cuando vamos llegando a las ruinas de San Juan, el viejo.

Me descubro lleno y satisfecho de poder rodar, de poder convertir este hecho en un camino para compartir mi letra y compartirme a mis amigos, a mis compañeros, aún a aquellos que en esta ocasión físicamente no estuvieron ahí, sintiendo los rayos del sol, el viento meciendo los árboles, el polvo levantado por los casi 200 pares de ruedas que surcaron una vez más la maravillosa tierra del Chelis, gracias José Luis!

Ro

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