En el título de esta ocasión, se lee una sencilla pregunta que conlleva mucho.
Por un lado marcaba el inminente arranque de una rodada más en los alrededores de Atemajac de Brizuela, Jalisco, puerta de la sierra de Tapalpa:
Aunque de hecho esta ruta inicia desde casa a las 5:00am, desde casa, yendo contra-natura, al desmañanarnos en un domingo cualquiera cuando la mayoría de la gente “sensata” aprovecha para robarle unos minutos más al sueño.Levántate pues, sube las cosas al carro, prepara un café doble, y a manejar o, sumarte a otros para ir en “car pool”.
Aquí empieza la dicha, manejando aún cobijado por la penumbra que corona una luna menguante al poniente, en una carretera que pareciera para uno solo, cruzo las llanuras de las lagunas de Acatlán de Juárez y San Marcos para iniciar el ascenso a la sierra y arribar al punto de encuentro a las purititas 7:30am, según lo acordado. Para esto, ya me había dado cuenta que había olvidado traer guantes… y bueno, ya me había hecho a la idea de rodar a “mano pelona”, ¿Qué? Ya se que no es recomendable, pero era eso o no rodar, y no pensaba regresar por unos a esas alturas… ni modo, a aguantar el frío mañanero en las brechas de la perrona…
Bien. Llegué al punto de reunión para el arranque y qué gusto me dio ver a tantos otros ciclistas preparándose para arrancar… vans, suburbans, sedan, pickups… en todo tipo de vehículo íbamos llegando y bicicletas de todos los colores, marcas y geometrías iban siendo “desamarradas”, creo que estaban unos 20 ciclistas antes que yo. Y en los próximos minutos fueron llegando otros tantos. La neta-neta, uno se emociona al sentir la compañía de tantos más alocados como uno, y ver entrañables amigos que no veía hace meses, junto con los nuevos que nos vimos hace casi un mes para rodar el Vallartazo… había otros tantos que era la primera vez que veía, pero aquí en los preparativos, nos vamos conociendo y vamos convirtiéndonos en un mismo grupo, sin diferencias de tribus, de orígenes, sin niveles, simplemente somos los ciclistas que vinimos a rodar “la Perrona”!
Una de las camionetas que estaban ya era la famosa “Ramona”, conducida por el “Topete”. La vieja guardia de ciclistas (con ellos empecé a conocer las rutas de mi tierra, así que no están tan viejos!) que con la experiencia que se cargan, todavía no salían de la misma para no perder el calorcito en el frío Atemajense. Con ellos conocí la gran mayoría de las rutas que hoy recorro. Y más que conocer las rodadas, fue con ellos con quienes fuí aprendiendo lo que es el espíritu del verdadero ciclista de montaña. Si, seremos carrillas, acostumbramos a poner apodos a los que van llegando al gremio, nadie escapa de la broma pero siempre son “de compas”, la carrilla es un lenguaje complejo, es la estimación, la empatía y la admiración hacia los demás del grupo. Intrínseco a eso viene el apoyo, la disposición a apoyar al compañero que sufre alguna falla en la bicicleta o en su propia carrocería corpórea. Es esa lealtad ganada con el esfuerzo del pedal y la rueda que avanza. Es el compartir un gusto, el camino por unos momentos, el reto y el logro de una rodada más.
Con estos pensamientos y sentimientos fluyendo por mi espíritu, es fácil llegar y preguntar “¿Alguien trae unos guantes de sobra?”. De momento no hubo respuesta y sin problema me retiré para empezar a preparar mi baika y resignarme a rodar sin guantes.
En eso me dice el Arvizu, o el tío Lucas de los Panzer… “hey Ro, yo tengo unos guantes”, “huelen a creolina…” – jeje, a lo que fuera pensé…
Esa simple frase, la de “yo tengo unos guantes”, no la de la creolina… define, digo yo, al ciclismo de montaña y a quienes lo practicamos. En esas pocas palabras podemos ver que estamos atentos a nuestros compañeros, que siempre en la medida de lo posible es un gusto poder apoyar al colega, sea en los preparativos o sea en la mitad de la ruta cuando ves que alguien se detuvo por una falla mecánica o simplemente porque se paró a descansar. Generalmente escucharás: “¿Todo bien?”
Con este marco inicial arranqué la rodada de ese fin de semana. No hubo una única arrancada, conforme iban estando listos los grupos fueron enfilándose a la brecha que nos llevaría al “divisadero”, a unos buenos 16 kilómetros del inicio.
Durante este primer trecho de la ruta fui coincidiendo con viejos amigos y nuevos conocidos. Pude apoyar a algunos que era la primera vez que rodaban la “Perrona” y servir de guía al menos indicando el camino correcto en alguna bifurcación. En estas rutas uno puede aprovechar ponerse al corriente con los amigos, recordar alguna anécdota o sumarse a alguna conversación que ya va corriendo entre otros ciclistas. Yo también aprovecho para ir disfrutando de las vistas que me regala la vida, cerros cubiertos de árboles, otros moteados, entre campos de cultivos, valles de pasto y vacas que se mecen a la luz del sol.
Llegar al divisadero te regala una sesión de terapia gratuita… la perspectiva de la vida cambia, me doy cuenta de lo pequeño que soy ante el mundo, pero esa pequeñez se engrandece al descubrir que así, motas de polvo que somos, tenemos la dicha de disfrutar lo grande, respirando este aire parece hacerme crecer. Crece mi sonrisa, mi confianza, mi gusto por vivir, por rodar y por continuar viviendo en este plano, en donde los problemas realmente no pueden cubrir todo esto que mis ojos, mi piel, mis oídos pueden percibir. Por lo pronto, es momento de continuar, nos faltan unos 30 kilómetros más de disfrute y ahora, me uno a un grupo de colegas que aunque ya han rodado por aquí no tienen seguridad de cómo seguir y con gusto me anoto para guiarlos en el siguiente trecho.
Ahora tomamos rumbo hacia una ranchería llamada San Francisco, que nos regala unas vistas maravillosas, y una pequeña trepada hacia la piedra balanceada, y de ahí, un piloncito más de subida que nos enfila a una trepidante bajada hacia el pueblo de Juanacatlán (el de Tapalpa, no el del Salto…) Esa bajada hay que hacerla con cuidado porque es divertida pero de cuidado… esta ocasión le tocó pagar a varios, entre ellos al Mario que no pudo evitar besar la tierra. Y al hijo de Carlos que ya al final tomó un camino alterno y tuvimos que esperarlo algunos minutos a pie de carretera para reagruparnos.
Ya de reunido este grupo, tomamos la carretera entre Juanacatán y Atemajac pero sólo unos metros para nuevamente internarnos en una brecha que nos llevaría a un pequeño paraíso escondido que se llama Ferrería de Tula, ahí bordeamos la presa y llegamos al “kiosco”, y nos detuvimos sólo un poco para que los que no conocían tomarán una foto. Ya de ahí estamos a menos de 10 kilómetros de nuestro destino, y fue en este trecho donde nos encontramos con otro grupo. Pero ellos no venían con nosotros. Eran los Zapos bike, que venían por su cuenta haciendo también un rutonón… empezaron el día anterior desde Zapotiltic, allá cerca del Nevado y habían rodado hasta acá, a un rancho de Ferrería. Y hoy estaban rodando este tramo entre Ferrería y Atemajac de Brizuela que fue donde coincidimos y venimos a corroborar esta maravilla que es tener tantos hermanos ciclistas en todos los rincones de esta tierra. Ya nos tocará ir a visitarlos y conocer las rutas que nos presumieron y prometieron allá un poco más al sur, en los alrededores del Nevado y la sierra del Tigre!
Finalmente, luego de unas 4 horas de rodada y después de 45 kilómetros más o menos, llegamos a nuestra meta, al punto de inicio, con lo que completamos nuestra “Perrona” y pudimos empezar a compartir con otros lo logrado, las metas personales superadas, las nuevas anécdotas, estirar músculos y compartir una “helada” para reponer energías.
Una meta más, un logro, un nuevo saco de experiencias, sudores, esfuerzos, vistas y razones para seguir el camino… y claro, momento para devolver los guantes que tan amablemente el tío me prestó para la ruta…
Ro
hola amigo cuando gusten venir a rodar seran bienvenidos a su casa zapotiltic jal saludos!!
Que padre experiencia Roger! y qué pasó con los guantes? si olían gacho?
Hasta eso que no tanto, mientras no los acercara a la nariz, jeje… pero cumplieron con cubrir del frío de la mañana en la sierra.