Arcediano, el reto que no parecía

Existe un rincón en nuestra ciudad que no me había tocado conocer. El puente de Arcediano, en las comisuras de la barranca de Huentitán. Tan cerca y tan lejos de la urbe. Tan cerca porque no son ni 5 kilómetros lineales, aún bajando de 600 metros hasta la base, tan lejos, porque recorrer este camino te arrebata del mundo de “arriba”, del valle de Atemajac y sus prisas eternas por llegar a ninguna parte.

Y el pasado domingo tuve la suerte de descubrir esta ruta al emblemático y añejo puente que era la puerta norte para nuestros ancestros hacia las lejanas llanuras desérticas de arido-américa, aquí les muestro el mapa del recorrido por Strava:

Y aparte de la suerte fue un gusto que superó mis expectativas, rodando con los colegas de Cámara Rodante, que fieles a su filosofía y su estilo de rodar, habían convocado a uno que otro conocido o amigo (como yo) para que se unieran a esta “rutita”. Así como yo, no pocos ciclistas recibieron el aviso (hasta el legendario Gelasio, maestro y compañero de tantos apareció para rodar con todos), fuera de primera mano, de rebote o simplemente de oídas y en domingo, a las 7:00 horas empezamos a llenar el estacionamiento del punto de arranque. Hasta que alrededor de las 7:30 horas, unos 70 ciclistas estábamos prestos a iniciar la aventura.

 

 

Luego de las sensatas recomendaciones y claras indicaciones por parte de Edgar, el grupo se puso en movimiento, siguiendo la guía del propio Edgar y de Pedro, con el acompañamiento de una unidad de la policía municipal de Guadalajara, más vale que sobre y no que falte! Y no sobró. Un incidente se dio cuando una compañera cayó casi empezando, estábamos por adentrarnos a la barranca cuando en un parpadeo estaba ya boca abajo en el suelo. Aquí se demostró nuevamente la hermandad que reina entre los ciclistas de montaña. El grupo que veníamos cerca nos detuvimos y para pronto ya había dos ciclistas apoyándola en la revisión obligada e indicándole qué hacer y a qué ritmo irse reincorporándose. Afortunadamente no se vieron consecuencias en ese momento, todo se movía como debía y más allá del susto no pasó. Ella decidió no continuar, y en el respeto a su decisión la apoyamos.

Nos reagrupamos unos 200 metros más adelante, en la caseta de vigilancia que de hecho da acceso a la bajada a la barranca

 

 y ahí presentando Edgar el oficio correspondiente nos dieron el visto bueno para continuar… ahora sí, cada quien a su ritmo y en la medida de sus capacidades empezó la bajada, eso si… con la indicación de seguridad de no rebasar a la patrulla.

 

 

 

 

 

 

 

Hermoso. Es la palabra que creo que mejor define este camino, pero no sé, creo que se queda corta. Y es que mientras iba bajando la barranca, rodeado de esos paisajes majestuosos, a lado de otros tantos ciclistas que como yo, habíamos superado la modorra y ahora íbamos juntos, sonriendo, sintiendo el fresco mañanero, llegados de todos los puntos cardinales de la mancha urbana y de más allá; escuché que una tercia de chicas ciclistas llegó desde Colima!!, todo esto fue dándole un sabor peculiar a esta ruta, esa emoción de la primera vez, esa sensación del niño que se levanta en navidad a ver sus regalos, ese impulso de sonreír por sonreír, sin más que esperar, sin más que disfrutar al máximo cada paso que das (o en nuestro caso, pedalazo que das).

En ese día habíamos llegado de tantos lados, con un mismo impulso; rodar y rodar. Para mí, rodar a lo desconocido, esta era una ruta que nunca había recorrido, generalmente rodando en el Bosque la Primavera, ahora me aventura al norte de la mancha urbana y voy sintiendo cómo la barranca me va engullendo, pero sin temor, hay una sensación de irme agrandando al mismo tiempo que voy descubriendo lo pequeño que soy, que somos. ¿Cómo explicarlo? Más de 50 almas bajando, el grupo va tomando diferentes formas, se alarga en momentos, se divide en grupúsculos, como células de un mismo flujo sanguíneo que va avanzando y adquiriendo personalidad. Voy brincando de grupo en grupo, escucho pláticas diferentes, que cómo llegaron, que las cervezas de ayer, alguien sólo sonríe y alguno va como en oración, concentrado en su pedaleo y en su respiración. Mi primera parada, una vista de postal (omitiendo el hecho que mucha de esa agua no es la mejor presentación), una de las varias represas a lo largo de este tramo del río, rodeada de inmensas paredes de roca esculpidas a lo largo de decenas o centenas de miles de años, recubiertas de arbustos, mezquites y otras plantas que ya anuncian la zona semi-árida al otro lado de la barranca.

Y pequeñitos como hormiguitas alcanzo a ver a ver a otros de los colegas que ya re-emprendieron el camino (busquen en la foto, en la parte inferior hacia el centro, un puntito blanco/azul, ahí va un ciclista). Tomo la foto obligada y retomo el camino, mis ojos no caben en sí tratando de captar la magnificencia de las paredes que me cobijan, me topo con un par de trepaditas que van anunciando el esfuerzo que habremos de realizar al regreso. Yo las veo y me digo: “bueno, si ahorita la subo” de regreso este será un tramito de descanso, jeje”.

Ahora si, seguimos bajando otro rato hasta llegar a lo que parece ser el nivel más bajo, empezamos a toparnos con más gente, caminantes, corredores, lo que indica que estamos ya acercándonos al puente. Que grato es ver a tanta gente moviéndose, respetándonos todos, pidiendo el paso, dando ánimos a los otros. Aparte de ejercitar nuestro cuerpo vamos alimentando el espíritu.

Finalmente, a casi 20 kilómetros del arranque y luego de alrededor de 1 hora y 40 minutos llegué a la primera meta, ahí estaba el puente de Arcediano, historia de poco más de un siglo ante mis ojos. Ya estaban un buen número de los que iniciamos la rodada juntos, e iban llegando más después de mi, de uno en uno, de dos en dos, en grupitos. Todos con la cara de satisfacción y con el gusto de estar y ser parte de este formidable grupo. Grupo de grupos, las de Colima, los Botargas, los “Cámara”, los que se sumaron para esta vez, los que se van a quedar en Cámara, los que somos parte de todo el colectivo, de todos y de ninguno. Tomamos fotos, posamos, comimos algún snack y nos fuimos preparando para la segunda meta… el regreso a nuestro punto de arranque, habríamos de pagar la diversión y emoción de la bajada con el esfuerzo, resistencia y entereza de la subida.

Igual fuimos arrancando de poco en poco, unos todavía estaban del otro lado del puente en las últimas tomas fotográficas mientras algunos terminaban su pre-desayuno o simplemente alistaban la mente para el esfuerzo que vendría.

Y así, con la clásica… no mires tan adelante (para no ver el trepadón) enfócate en los metros delante de tí y sigue pedaleando. Así fuimos remontando los primeros columpios hasta que fuimos dejando atrás a nuestros compañeros caminantes y corredores y volvimos a ser los ciclistas los dueños del camino… íbamos nuevamente en células, los grupos que se unían unos metros para luego separarse durante en una trepada y volverse a juntar poco después, y algunos que íbamos de grupo en grupo, a ratos sonriendo y echando porras al compañero con el que compartimos el camino unos metros, a ratos en solitario. Esta es la magia de rodar en la montaña, cuando vas compartiendo con alguien. Aún sin platicar sientes el apoyo, la compañía, el ánimo para seguir pedaleando. Y cuando por unos minutos ruedas en solitario, te absorbes del mundo, de las rutinas y vas en una ardua plática contigo mismo, recordando esa tarea pendiente que tienes, o simplemente contando la cadencia de tu pedaleo para ir mejorando, porque recordaste la plática con tu compañero de la rodada anterior, en la que te daba algún tips para no cansarte tanto, o para guardar energía para una trepada. O vas pensando en que es momento de lanzarte a tu nueva aventura, de cambiar tal o cual pieza a tu bicicleta, tanto que pensar que de repente ya no piensas, solamente vas en la ruta, uno con la bici.

Así llegué casi sin saberlo, a la caseta nuevamente. Retrocedí un poco y miré hacia la barranca nuevamente, fue un silencioso “hasta luego” y “gracias”, por lo gozado, lo ofrecido, lo regalado, por los amigos (los viejos y los nuevos), por la oportunidad de rodar, quise tomar una foto como para grabar ese instante y continué.

 

Pero no había terminado aún!, porque todavía nos faltaban unos 6 kilómetros y 200 metros de ascenso, nada despreciables, y a esa hora ya con el sol en lo alto, claro que se sienten! Ahí íbamos unos 4 o ciclistas, pero separados, cómo echándonos porras de lejos, viendo que ahí adelante va otro, pues no dejar que se aleje mucho y lo mismo estaría pensando mi compañero que vendría un poco más atrás.

Ya, la última recta, termina el ascenso y veo a lo lejos el restaurant donde dejamos los carros, lo logré! Lo logramos! Gracias cámara rodante! Gracias Edgar!, Gracias Pedro!, Gracias a todos! Conocí una nueva ruta, disfruté una rodada, conocí a nuevos amigos, volví a saludar a otros tantos, sentí el compañerismo de Cámara Rodante, comprobé que todos somos un mismo impulso en muchos pares de pedales! Y ahora sólo queda esperar la próxima y como me gusta decir… a rodar!!!

 

 

 

 

 

Ro

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